Penín ajusta sus pulsiones a la sombra de su pasión, con el fin de avanzar a lo largo de la senda de los venideros tiempos.
Las cosas fugaces se vuelven eternas, y los paisajes tan emocionantes como los siglos que fluyen.
Que de vez pinta o dibuja los decorados de su vida, de su infancia, de sus orgasmos, con la esperanza de recobrarlos más tardes conforme con sus deseos en su memoria.
Concibe su obra como un extravío de lucidez. La felicidad duerme con una sonrisa de fiera, los ojos entornados.
Forma y fondo, espíritu y delirio, de todo punto semejantes, se unen para hacer uno.
Dominando sus temores, deja en el olvido los infortunios, la inutilidad y pinta.
Las formas, despertando su espíritu, se lo llevan hacia un mundo de voluptuosidad y de estética donde todo parece situado bajo la misma estrella.
Sediento de eternidad Penín aspira a permanecer, lividinosamente, cara a cara a solas con su creación.
Delante de su obra, su existencia, a veces, es tan bella como superflua.
Sus crepúsculos son menos resplandecientes que sus albas, pero todos ellos cantan alabanzas.
Se diría que sus creaciones nos miran con mansedumbre y encantamiento. Cuando el sol pone término a su estancia, Penín convoca las bodas de la sombra y de la noche por su arte del espasmo y del frenesí.
—F. Arrabal
Château d’O, 2 décervelage 136 E. ‘P. (Saints Hassassins, praticiens)